¿A qué nos referimos con dar un giro y cambiar la metodología editorial?

¿Qué alternativas tenemos ante un panorama lleno de amargos desencantos entre la tradición editorial y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación?

¿Qué otros planteamientos son posibles además de los comunes contratos entre entidades editoriales y empresas prestadores de servicios de software?

¿Cómo los editores estamos destinados a que la calidad ya siempre dependa de un intercambio económico por los conocimientos técnicos de terceros?

Origen de los problemas

La edición se hizo código. En otras palabras: el quehacer editorial ya no es disociable del desarrollo de software. El texto, como lo habíamos comprendido desde la invención de la imprenta, tiene nuevas dimensiones que aún no terminamos de entender del todo.

Una publicación no solo tiene tras de sí una tradición relativa a los procesos editoriales y gráficos. El traslado de la manera de trabajar a una computadora no es un cambio de tecnologías o de técnicas: es un cambio de método.

¿Cansado de que cada vez es más común exigir más formatos de una misma obra? Si es así y si para ti crear un formato más requiere recursos y tiempo adicionales, por desgracia, hay algo en tu metodología de trabajo que provoque este problema. No se trata que una dificultad técnica, sino que es un conflicto metodológico.

Aunque parece sencillo empezar a concebir a la edición como una metodología, la reducción de estas tecnologías a su aspecto instrumental genera la idea de que la solución ha de yacer en quienes la usan y la desarrollan.

Es decir, para la mayoría de los editores la solución queda afuera de su esfera. Ahora quien programa es el que cuenta con la solución. Y esta dependencia no es agradable porque por décadas el editor no había tenido que recurrir a profesionales afuera de su campo para cumplir con sus tareas.

Subordinación exterior y ausencia de metodología

Eso no es lo peor, depender de profesionales externos a la edición provoca:

1. Una asistencia técnica a través de un pago de prestación de servicios que, por lo general, el editor no termina de comprender del todo, prestándose a diversos abusos.

2. Un desinterés del agente externo al cuidado editorial, ya que es común que trate las necesidades del editor como un problema solucionable a través de una vía técnica que, al menos para el caso de la lengua española, no cumple del todo con los estándares de calidad de su tradición.

3. Una amargura por parte de quienes editan, porque se percatan de que su calidad editorial empieza a estar condicionada por el control técnico de una metodología, al menos en parte, distinta a los procesos tradicionales de publicación.

Es posible atajar estos problemas si se buscan mecanismos que expliciten que la edición es tradición, arte, profesión, pero también es método.

Un giro digital en la edicion y una propuesta sobre metodologia editorial

Educación

La vía más evidente para comprender que la edición también es método es la educación: que quienes editan empiecen a aprender que gran parte de sus dificultades están relacionadas con:

  • las metodologías que utilizan en su trabajo, y
  • la ausencia de un panorama general sobre las posibilidades de la metodología para poder llevar a cabo su trabajo.

El sector editorial tiene un fuerte problema pedagógico. Por un lado, la educación continua que se ofrece a estos profesionales implica altos costos que no muchos pueden cubrir. ¿Cuántas veces hemos desistido de acudir a capacitaciones, talleres, seminarios, coloquios, ferias o estudios de grado porque no podemos pagarlo?

Sin embargo, el aspecto que, por el momento, quiero hacer hincapié es cómo la aproximación, por lo general, no es integral.

¿Cuántas veces hemos asistido a eventos para aprender a utilizar x o y programa, plataforma o lenguaje? ¿Y cuántas veces hemos podido incrustar esos conocimientos en un panorama más general?

¿Cuántas veces lo que se nos enseña es software propietario que requiere de pago o suscripción? ¿Y cuántas veces este software se nos vende como la panacea a nuestros problemas?

La formación que el editor necesita no es a base de software. Sí, al final quien edita se las ve con el software, pero eso solo es el corolario de un proceso pedagógico que requiere de fundamentos teóricos y metodológicos.

El aprendizaje tecnológico no se basa en dominar un software

Un grave error en nuestra educación es suponer que «aprender a usar la computadora» es «aprender a usar x o y software». Comprobaremos una y otra vez que lo aprendido es o será obsoleto —hasta el punto de una capacitación sin fin que, más que aclarar, nos confunde—. Pero, con mayor lamento, nos daremos cuenta que al final carecemos de la seguridad de que sabemos utilizar nuestra única herramienta posible de trabajo.

Si estás cómodo con tu entorno de trabajo —probablemente paquetería de Microsoft o Adobe—, solo recuerda qué pasó cuando la solución y el método editorial se reducían a programas como PageMaker o QuarkXPress… ¿No fue grato tener que reaprender, cierto?

Una formación con un fuerte peso teórico y metodológico ayudaría a que los editores, sin importar los programas o los formatos iniciales o requeridos, puedan construir sus propias soluciones.

No se trata de aprender a usar software sino de tener un criterio sobre lo que se necesita para llegar del punto A —los archivos para la edición— al punto B —los formatos finales de la obra—.

Al final, el gran prejuicio con el que se batalla es que los programas y los formatos siempre son secundarios; que un formato no está asociado a un programa determinado. Incluso más radical aún: todo formato final es desechable.

Con una sólida preparación en metodología se rompe ese aire de complejidad y ese gran distanciamiento entre los programas milagro y los formatos en boga, y lo que el editor realmente necesita.

La educación que necesitamos no es a modo de brincos, de programa en programa, para estar a la vanguardia. La educación que el editor requiere es una paulatina profundización en su método, cuyo reflejo técnico sea, precisamente, eso: una imagen, una muestra concreta de una metodología que no está encadenada a programas o formatos.

¿Soluciones o creación de nuevas necesidades?

La confianza puede llegar a ser de tal grado que cada vez que se anuncia una nueva plataforma o programa no es causa de desasosiego ni desconcierto.

No es que la novedad sea despreciada, sino que se hace fácil distinguir cuándo una herramienta en realidad viene a resolver una dificultad de metodología y cuánto esta solo es bluff: un programa que se declara como útil cuando no hace sino crear dependencia al editor sin jamás resolver sus dificultades —como el DRM—.

Por lo general, cuando un programa o plataforma nueva sale al mercado, se promociona como la herramienta que soluciona x problema en el ámbito de la edición. Sin embargo, muchas veces no resuelve gran cosa y, en su lugar, crea una dependencia tecnológica del editor hacia ella.

Si esta situación se observara desde un panorama más integral podría detectarse con más facilidad cuando estos programas o plataformas vienen a solucionar algo o aparecen para crear una nueva necesidad.

Un giro digital en la edicion y una propuesta sobre metodologia editorial

Laboratorios

El tiempo desperdiciado en saltar de programa en programa se convierte en horas que ayudan a profundizar en los aspectos metodológicos. Este escudriño puede evitar el mareo que de manera constante tiene el editor frente a las nuevas tecnologías de la información. Conforme el editor se empodere de su único medio de producción, se hace posible la investigación y la experimentación.

¿Suena raro, no es así? ¿Cuándo habíamos escuchado sobre investigación o experimentación editorial? La investigación relativa a la edición, por lo general, tiene un fuerte énfasis histórico o bibliófilo. La experimentación editorial, comúnmente, son ejercicios de prueba y error sobre programas o formatos empleados en la edición.

La idea de investigación que aquí se plantea tiene un fuerte énfasis técnico y tecnológico. Cuando quien edita empieza a tener un dominio sobre su trabajo se hace posible ahondar en la reflexión sobre lo que implica tener un único medio de producción.

Cómo y con qué se están haciendo las cosas

La investigación consistiría en pensar y repensar a cada instante cómo y con qué se están haciendo las cosas y qué son esas cosas editoriales.

¿Por qué, como «gremio», usamos tales programas y no otros? ¿Por qué este u otro formato es el más usado? ¿Cómo podemos automatizar las cosas? ¿Cómo es posible encontrar lazos entre la edición estandarizada y la que no lo es? En fin, ¿qué es esa cosa llamada edición cuando ha desaparecido su correlato análogo —el papel y la página— del que siempre dependió?

Estas solo son unas cuantas preguntas para un marco teórico que es mucho más profundo que la constante discusión de los libros impresos contra los digitales. La investigación no tiene su interés principal en programas o formatos.

La investigación es en torno a cómo pensar la edición cuando todos sus recursos han sido acaparados por el código y cómo ver al texto cuando ya no solo es contenido, sino también estructura que no necesariamente tiene que ser estructura textual (!).

La experimentación tiene una intencionalidad semejante. No consiste en aplicar a prueba y error ciertas recetas. No es únicamente la implementación de otros ecosistemas editoriales ajenos a los que usamos.

Esta consiste en crear nuevos medios o herramientas para aumentar la calidad editorial de nuestras publicaciones. Pero no solo eso: experimentar es partir del texto incluso para derivar en productos no textuales (!).

Siendo editores nos cuesta mucho trabajo concebir la posibilidad de productos editoriales no textuales a partir de nuestra principal base de trabajo: el texto. Y seguirá sonando raro, porque el sector editorial recién está viendo que casarse con el texto no implica casarse con las publicaciones.

Como editor, ¿quieres publicar o quieres trabajar con el texto? Desde que la edición se hizo código esto deriva en actividades muy distintas, cuando durante siglos para la edición una era consecuencia de la otra.

Laboratorio de investigación editorial

Cuando se cuenta con un espacio para la investigación y experimentación lo que se tiene es un laboratorio; en este caso, un laboratorio editorial.

El Taller de Edición Digital (TED) es un ejemplo. Con un fuerte énfasis pedagógico, el TED poco a poco va mostrando su verdadera cara: no es un taller para aprender a editar, sino un laboratorio editorial.

Pero, a pesar del optimismo, el TED es frágil. Sin todas las personas que organizan actividades paralelas al TED este taller no tendría vitalidad. ¿Es posible replicar espacios similares de laboratorio editoriales?

Son las universidades, las instituciones gubernamentales y las editoriales establecidas las que sin problemas podrían abrir laboratorios en su estructura.

En la edición no es común hablar de esta clase de espacios. Sin embargo, cuando quien edita es también el responsable de generar sus propias metodologías o herramientas los laboratorios se fundan como una infraestructura necesaria.

No podremos retomar las riendas de nuestra profesión hasta que no concibamos la necesidad de estos espacios. El empoderamiento tecnológico y la independencia técnica del editor no basta con ser individual.

En colectivo es posible armar espacios de discusión que van más allá de estrategias publicitarias o de añejos debates que solo exponen el grado de desconocimiento de la metodología necesaria para publicar.

En laboratorios es posible establecer esos espacios que la edición necesita. Ahí será posible que en sí misma satisfaga sus necesidades presentes y futuras. Su quehacer es una actividad traducida en publicaciones y texto, pero también en código y en elementos editoriales aún desconocidos.

¿El texto como un aspecto definitorio de la edición?

Editores, aún no completamos el mapamundi de nuestro mundo: estamos aún en una nueva etapa de descubrimientos. Aún nos encontramos en nuestro siglo XVI, con nuevos mundos por descubrir. Tenemos un gran camino por delante desde y más allá de lo que hemos conservado como tradición.

El sector y la tradición editoriales han cometido un error fundamental. Ambos han supuesto que lo más importante o más común para la edición ya ha sido descubierto y solo es preciso afinarlo o adaptarlo a nuevas tecnologías y técnicas.

La realidad es que la edición ha perdido su carácter definitorio al no estar ya anclada a los procesos análogos, el papel y la página que la vieron nacer. Desde hace décadas lo que llamamos «editar» y «publicar» requieren de una radical redefinición.

Esta será insuficiente si no se elimina de una vez por todas lo que se considera el núcleo de la edición: el texto. La noción común del texto como contenido, como un conjunto de líneas de texto, nunca ha sido, no es ni podrá ser el aspecto definitorio de la edición. Desde siempre la edición ha desbordado esta materialidad tan bruta y evidente, a la vez que protocolaria.

Cómo generar cuatro formatos de un contenido en un día

Apertura

Si la edición se hizo código, entonces también hay que hackearla. Bajo este panorama quien edita ya no es un usuario o consumidor de software. Es, asimismo, su arquitecto.

Para poder construir los espacios y las herramientas necesarias para esta profesión se requiere acceso al código. Hay que recordar que una fundamental diferencia entre las tecnologías análogas y las digitales es que estas últimas precisan esconder su infraestructura para poder funcionar.

Con diferentes grados de complejidad, la maquinaria análoga siempre hacía posible observar su funcionamiento mientras se utilizaba. Sin embargo, el hardware con verlo no nos da una idea del software que está ejecutando. Pero tampoco el software permite observar su constitución al utilizarlo.

El software se ejecuta y el desarrollador es el que decide qué mostrarle al usuario a través de una interfaz. Si se pretende estudiar su funcionamiento no solo se requiere hacer pautas entre la ejecución y el análisis de las funciones, también es menester el acceso al código.

El sector editorial ha sido criticado constantemente en no ser transparente en la difusión de sus conocimientos y técnicas. La situación es más oscura si quien edita utiliza un software propietario cuyo único acceso es el ejecutable; es decir, la limitación de solo tener acceso al código máquina prácticamente inteligible para las personas.

Cambio de rumbo

La apertura se vuelve una necesidad para que el editor como programador pueda ahondar con la investigación y la experimentación editoriales. No es un capricho, como «gremio» no podremos mejorar si:

  1. Nos concebimos solo como usuarios y no como arquitectos de software.
  2. A nuestros pares los vemos como una competencia y a nuestros software y distintos tipos de metodología como la diferencia que nos da mayor competitividad.
  3. Nuestra labor de investigación y experimentación permanece cerrada.

Esto provoca que nos sentemos a pensar cómo es posible una educación integral y la gestación de laboratorios donde su financiamiento no depende directamente de la capacidad adquisitiva de sus asistentes o integrantes. La tarea no es fácil, pero el giro digital en la edición no es imposible: ya estamos en eso.


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