Entre la edición y la versión

El tiempo puede consumir un proyecto editorial. La obra se publica y quizá se encuentre alguna errata o tal vez no encontramos un error, pero, sin importar el caso, queda la sensación de que pudo haber estado mejor. Si hubiéramos tenido más tiempo, si no nos hubiéramos enfocado tanto en alguna cuestión, si…

La obra sale, se distribuye, se comercializa y la mayoría de los lectores ven al libro como un producto acabado que va a su estantería, que les agradará, o se arrepentirán de comprarlo y lo devolverán.

Pocos son los que saben que en la página cuarenta y cinco hay un callejón que solo se vio después de la publicación. O, más irritante, siempre quedará ese sabor de que la obra salió demasiado rápido, que quizá una lectura adicional no hubiera estado mal.

A muchas de las editoriales que hemos apoyado con el desarrollo de EPUB o con capacitación sienten estos síntomas. Algunos editores son francos y aceptan que la cantidad de tiempo no es suficiente para la cantidad de obras que tienen que publicar. Otros son más recelosos de sus procesos, pero la estructura de sus archivos los delata.

El formato, aunque por lo general «invisible», demuestra el modo de trabajo e incluso anticipa dónde habrá inconsistencias antes de leer una obra.

Pese a toda esa batalla librada tras bambalinas, sale x edición de una obra. Ya será para la siguiente edición donde se tomará más cuidado… Si es que con los años ese archivo-final-final-final no se pierde, aún se puede abrir o no se confunde con el archivo-final3.

¿Cuánto de este problema se debe a tratar de imponer un ritmo de trabajo a una profesión que ha sobresalido por la paciencia que se requiere para ejecutar un proyecto?

¿No será más bien alguna deficiencia metodológica? ¿Y si es falta de capacitación? Como sea, quienes se involucran en la producción de un libro en más de una ocasión sus herramientas representan un obstáculo.

Las versiones de una obra y el desarrollo de un proyecto editorial

Bajo este contexto, la tradición editorial se ve ante un nuevo fenómeno: las versiones. En los libros, el número de edición sirve para explicitar la completud de toda una serie de procesos.

Aunque sea parte del imaginario del lector o un ideal de quienes editan libros, la completud rara vez significa que una obra ya no requiere más trabajo, más bien indica la resignación o imposición de tiempos a un proyecto.

¿Cuántas veces en una presentación de un libro se indica ese deseo de haber tenido más tiempo? ¿Cuántas veces se admite que tuvo que cerrarse la edición, como si se tratase de una publicación periódica?

Sin embargo, en las versiones no sucede eso. En el ámbito del software, el versionado solo indica el estado de desarrollo de un proyecto. Cada nueva versión, sea para grandes o pequeños cambios, o para corrección o adición de errores, no indica un estado de completud, sino el grado de madurez de un programa.

El software se percibe como un producto en constante crecimiento y mantenimiento, mientras que en la edición la obra se busca hacerla pública cuando se considera que está acabada.

Si en el número de edición su «completud» se vuelve ambigua —¿qué se «completó»: los procesos para publicar una obra o la cantidad de trabajo que esta requiere para ya no necesitar más cambios?—, las versiones comparten el supuesto de que un producto yace sobre un proceso evolutivo indefinido.

Al parecer una nueva versión siempre es mejor que la versión anterior. Pero las versiones recientes también pueden acarrear inconvenientes: la creación de bugs, un mayor consumo de recursos o la pérdida de soporte a dispositivos antiguos.

¿Qué tan «buena» es una nueva versión de un programa cuando este empieza a correr lento en nuestras computadoras?

Completud de una obra: ¿se acaba de editar con la publicación de un libro?

Versiones y ediciones de una obra

Por fortuna, en el ámbito editorial nada se volverá más lento si además de ediciones se empiezan a trabajar con versiones. El uso de versiones en la edición permite la adición de mejoras o la corrección de errores sin tener que volver a iniciar todo un ciclo de trabajo.

Las versiones pueden permitir una mayor versatilidad en pos de la experiencia de lectura. La idea suena muy bien, pero su implementación puede ser un martirio técnico, de cuidado editorial o de índole legal.

Si continuamos en el contexto donde muchas de las editoriales batallan con sus propias herramientas y formatos para producir al menos un producto, la complejidad técnica aumenta cuando se empiezan a meter más productos —claro está, si la metodología para publicar es la edición cíclica—.

El desafío aumenta cuando ya no solo se tiene que crear una edición, sino que de manera constante se han de actualizar los archivos según cada nueva versión. En el caso del impreso, si no se trata de impresión digital, de pocos y constantes tirajes, la idea de publicar cada nueva versión es simplemente una locura.

El caso de la publicación digital la situación no es menos compleja: entre las deficiencias metodológicas, las prisas y la falta de capacitación o de organización en los archivos, la actualización del archivo puede demorar varias horas o días; más si la persona responsable está poco familiarizada con las distintas plataformas. Esto obviando el visto de bueno de los responsables de la edición o, si se trata de instituciones, los trámites administrativos requeridos para la publicación de una obra.

Cambios y correcciones que introducen y producen errores

En el ámbito editorial, así como en una nueva versión de software, se pueden colar bugs que pueden provocar nuevas erratas o errores tipográficos en una versión más reciente de una obra. ¿Qué tal si quien introdujo el cambio presionó, por descuido, una tecla y coló una letra en el texto?

¿Qué tal si en una corrección, sin advertirse, se movió un párrafo, una página o una sección entera, creando callejones, viudas o huérfanas? Para los editores más exigentes, estos cambios requerirían, al menos, una lectura rápida de toda la obra… ¡pero no hay tiempo suficiente!

En el contexto multiformato puede también empezar a crearse una disparidad en los diversos formatos. El cuidado editorial también vela por la uniformidad, y esta constante introducción de cambios poco a poco puede provocar que los formatos sean distintos.

Lo más probable es que la mayoría de los lectores no lo noten, pero en muchos casos no se trata del lector, sino de la mera insatisfacción del editor de saber que algo no cuaja, que poco a poco se pierde el control sobre la edición.

El ámbito legal no queda fuera. En una obra, por lo general, están involucrados una serie de contratos con autores y colaboradores, convenios con instituciones o distribuidores y trámites administrativos. Quizá todo este papeleo se pueda simplificar para que el uso de versiones no requiera mucha administración, pero si la «modernización» de contratos y convenios ya es un reto en manos del jurídico —por ejemplo, el ofrecimiento de licencias de uso—, hay una gran incógnita aún sin resolver: los ISBN.

El ISBN

El ISBN es una especie de cédula de identidad para cada edición y cada formato. Esta identidad se pierde con las versiones, porque entre versión y versión la obra ya no es la misma. Es decir, en teoría, cada nueva versión requeriría un nuevo ISBN para ¡cada formato! O abandonamos el ISBN y buscamos una solución estandarizada más dinámica: guiño a las llaves públicas o a las cadenas de bloques.

 

Tecnología blockchain, conocida en castellano como cadena de bloques o cadena articulada.

Los retos técnicos y legales que pueden representar el versionado es una cuestión que en el desarrollo de software se ha estado trabajando desde hace mucho tiempo. Por un lado, están las licencias de uso de software que simplifican las cuestiones legales. Por el otro, en el desarrollo de software las versiones no son un reto técnico porque:

  • solo se produce un ejecutable (para Windows, Mac o Linux);
  • o se producen diferentes ejecutables a partir del mismo código fuente;
  • o se tienen equipos independientes según la plataforma (un equipo para Android, otro para iOS).

En la edición, la producción de un solo formato de por sí ya es un reto debido a la falta de capacitación o de organización de los archivos. Las concepciones metodológicas multiformato, como la edición cíclica, son prácticamente desconocidas o ignoradas, por lo que no es posible crear diferentes formatos a partir de los mismos archivos madre. Solo queda la publicación de distintos formatos de manera independiente que, en muchos casos, es un despilfarro de recursos.

En el ámbito de software solo grandes empresas u organizaciones, o grupos de trabajo muy comprometidos, tienen los recursos suficientes para poder tener equipos independientes según la plataforma. Por ejemplo, Snapchat o Telegram tienen personal destinado para plataformas específicas; o bien, la comunidad de Linux que se encarga de adecuar el kernel según el tipo de arquitectura.

Si hacemos la analogía, en el ámbito editorial los únicos con la capacidad de actualizar sus formatos con pocos inconvenientes son las grandes casas editoriales. Por ejemplo, a Penguin Random House o a Grupo Planeta el uso de versiones más que un reto, sería un plus a sus ediciones, porque tienen la capacidad de destinar distintos equipos. Pero a la mayoría de las editoriales —medianas, pequeñas o independientes— y, sin duda, a los autores que se autopublican este modo de producción no es el más conveniente.

El uso de versiones entre pequeños editores solo será factible cuando exista un cambio metodológico de fondo. Pero cuando eso sea posible, quizá el uso de versiones ya no sea necesario porque existe un modelo de desarrollo que podría ser más apto: el rolling release, que bien podemos llamar «edición continua».


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