El formato es el principal punto de cuidado dentro de la edición, como ya lo he mencionado en otras entradas. Su importancia es tal que la calidad de una publicación depende de su formato.

Sin embargo, esta relevancia ha sido inversamente proporcional a su descuido: pocas son las personas que se preocupan por el formato antes de empezar con la edición.

El resultado es predecible dentro del proceso editorial: las dificultades en la producción de un libro aumentan —muchas veces de manera incontrolable— incluso hasta tener que volver a empezar de nuevo.

No solo en este sentido el formato es un cuello de botella en la edición, sino que su mal manejo en diversas ocasiones también es perceptible para el lector.

Calidad, control y apertura en la edición

Como punto de partida, el formato es una cuestión de cuidado editorial. Un buen formato nos permite mantener una alta calidad y control del proceso de edición. Del mismo modo, posibilita su apertura para utilizarlo en cualquier entorno, sea una publicación digital o impresa, te guste usar software privativo o libre, o prefieras trabajar al modo Adobe o no.

Además, un formato adecuado nos permite evitar dificultades comunes dentro de la edición:

  • La estructura del contenido se mantiene, con independencia del archivo final —EPUB o PDF, por ejemplo—, por lo que se evita ambigüedad en los estilos, como la falta de uniformidad en encabezados, párrafos, etcétera.
  • La conversión entre formatos es sencilla y no se presta a descrontrol, lo que permite poder maquetar el texto en el entorno que se prefiera, como puede ser LaTeX, Scribus, InDesign o Sigil, por mencionar algunos.
  • El tiempo de publicación en diversos soportes —EPUB, MOBI, IBOOKS, PDF para impresión, etcétera— deja de ser proporcional a la cantidad de archivos deseados; incluso sus tiempos de producción disminuyen a segundos, como se demostró al editar el artículo «Historia de la edición digital».
  • El contenido se conserva a lo largo del tiempo, sin importar el cambio de tendencias o que el software utilizado para hacer la publicación deje de tener soporte, evitándose ese dolor de cabeza —y derroche de recursos— de tener que recuperar información o, peor aún, tenerla que rehacer, como a muchas personas les ha pasado cuando han tenido que obtener información de archivos de PageMaker o QuarkXPress para usarlo en InDesign.

Pero ¿qué es un «formato adecuado»?

Los requisitos mínimos para un formato óptimo son que:

  1. esté en un lenguaje de marcado;
  2. el formateo sea previo a la edición o, por lo menos, se realice antes de crear el archivo final;
  3. se opte por un formato abierto y estandarizado;
  4. tenga un mecanismo de control de versiones, para evitar sobrescrituras indeseadas.

Con estos elementos podemos acercarnos un poco más al ideal de una publicación de alta calidad, ya que cabe resaltar que el cuidado en la edición no se reduce al cuidado en el formato. No obstante, un buen formato nos ayudará a solventar muchos de los errores que, por lo general, y de manera casi mágica aparecen cuando la obra ya fue publicada; por ejemplo, dedazos donde antes no los había.

El formato también nos permitirá un alto control, ya que al existir una estructura uniforme —donde es posible identificar los distintos niveles de encabezados, párrafos, bloques de cita, itálicas, negritas y más—, los cambios necesarios pueden hacerse sin muchos desvaríos e incluso de manera automatizada, por lo que la migración de un entorno a otro no es complicado.

No menos importante es que un formato con estas características está pensado para la longevidad. Un formato abierto y estandarizado permite que, a pesar de los constantes cambios en las tecnologías de la información o en el mundo de la edición, el contenido y los metadatos de nuestra obra puedan ser reutilizados según las pautas editoriales del momento.

Parecen obviedades, pero el vaivén de los profesionales de la edición en cuanto a adopción tecnológica ha evidenciado que, en general, el sector editorial ha sido irresponsable al momento de tratar los contenidos editoriales. Si la edición es el cuidado de la obra para su publicación, el formato es el principal elemento que definirá la calidad en la edición y su tiempo de producción.

Del WYSIWYG al WYSIWYM

Un trato adecuado en el formato exige un cambio de enfoque al momento de tratar el texto. Por tradición, la edición tenía una dimensión visual. Tanto el editor como el tipógrafo, el formador o el diseñador cuidaban del contenido acorde a lo que era visible. Una vez concluido su trabajo se publicaba el libro y el lector se encargaba de juzgar el libro.

Esta tradición en el contexto digital no se ha perdido y, lo más importante, no debe de abandonarse. Sin embargo actualmente existen al menos tres dimensiones dentro de una publicación, donde dos son necesarias para cualquier soporte:

1. Dimensión visual o de diseño: la capa perceptible para el público en general cuya importancia reside en la legibilidad.

2. Dimensión estructural o de formato: la capa oculta que da cohesión al diseño, por lo que es relevante para mantener el control en la edición.

3. Dimensión funcional o de programación: la capa que permite cambios dinámicos en el texto, la cual es propia de las publicaciones digitales y posibilita otras experiencias de lectura.

Lo ideal es que la dimensión estructural determine al menos las pautas mínimas de diseño. Al marcar dónde hay encabezados, párrafos, bloques o epígrafes, es posible aplicar estilos acorde al tipo de contenido.

Sin embargo, en el modo habitual de crear una publicación se va de la dimensión visual para después determinar la dimensión estructural. Si el diseño no es uniforme habrá errores de estructura que se trasladarán a futuras ediciones o a otros soportes.

Pero eso no es lo más grave. Este modo de trabajo implica que quien crea la estructura no es el editor, sino su programa de edición que, como es de esperarse, carece de criterios editoriales al momento de crear automáticamente la estructura a partir del diseño.

Esta predilección por el diseño es la característica del enfoque WYSIWYG («lo que ves es lo que obtienes»). El enfoque que da preferencia a la estructura es otro: es el WYSIWYM («lo que ves es lo que quieres decir»). Los procesadores de texto, como Word, y los programas de maquetación, como InDesign, apuestan por el enfoque WYSIWYG. La adopción de este modelo se debe a que es más fácil de aprender y porque otorga mayor libertad al usuario.

Sin embargo, en un ambiente donde la calidad del formato es esencial, el enfoque WYSIWYM sobresale por establecer pautas de control que muchas veces se traduce en una curva de aprendizaje más larga. Aunque aprender este enfoque tome más tiempo, en un mediano o largo plazo, implicará un ahorro de tiempo, la supresión de erratas y, principalmente, un aumento en la calidad de las publicaciones.

El formato de una publicación: cuello de botella en la edición

Formatos recomendados

De manera concreta, ¿cuáles son los formatos siguen el enfoque WYSIWYM y al mismo tiempo tienen las características de optimización que buscamos? A continuación se hace un repaso somero sobre las posibilidades que contamos para mejorar el formato de nuestras publicaciones.

Markdown para el contenido

Los lenguajes de marcado ligero son la primera opción para quienes empiezan a trabajar con el enfoque WYSIWYM. Estos lenguajes sobresalen porque son fáciles de escribir y de leer, además de permitir su conversión sin problemas a otros formatos.

Un gran ejemplo de este tipo de lenguaje es Markdown. Con este recurso podemos empezar a marcar el contenido de nuestra publicación desde el mismo momento que leemos sobre su sintaxis básica. Un ejemplo es el siguiente:

# Encabezado 1
Esto es un párrafo con una *itálica*.
## Encabezado 2
Esto es un bloque de cita con una **negrita**.

 

La versatilidad de este formato ha ayudado a que se prescinda de procesadores de texto al momento de redactar un documento, como son las entradas que publico aquí. Como es de esperarse, Mariana prefiere otros formatos para editarlos, lo cual no es ningún problema porque gracias a Pandoc puedo generarle un documento de Word o cualquiera que sea de su preferencia.

Pero esta agilidad tiene un precio: no es posible dar formato a estructuras complejas, al menos no con la sintaxis básica de Markdown. Ejemplos de estas estructuras podrían ser epígrafes o párrafos franceses.

HTML para el contenido

Otro formato que nos permite abordar estructuras más complejas es HTML. Su flexibilidad es tal que es el formato empleado para los libros electrónicos estándar. Si bien su estructura no es tan cómoda de leer nos permite crear estructuras como la siguiente:

<h1>Encabezado 1</h1>
<p class="epigrafe">Esto es un epígrafe</p>
<p>Esto es un párrafo con una <em>itálica.</em></p>
<h2>Encabezado 2</h2>
<blockquote>Esto es un bloque de cita con una <strong>negrita</strong>.</blockquote>
<p class="frances">Esto es un párrafo francés.</p>

 

Con el atributo de class podemos definir estilos particulares que luego se establecen en el diseño. Pero una publicación no solo es su contenido, sino también sus metadatos, lo cual no se soluciona de manera satisfactoria con Markdown o HTML.

YAML o JSON para los metadatos

Como Mariana lo mencionó en otra entrada, los metadatos permiten la catalogación de una obra. Un participante de un taller que impartimos resumió los metadatos como «el acta de nacimiento de un libro». Pienso que es una buena definición, ya que sin metadatos no es posible identificar una publicación. Por esto no solo son importantes para los soportes digitales, sino también para los impresos, porque solo así es posible dar con ellos más allá de un encuentro fortuito en una librería.

Para un uso adecuado de los metadatos, mi recomendación es YAML o JSON. YAML es un formato muy flexible y fácil de usar, aunque puede fomentar una pérdida de control. En cambio, JSON es un formato que requiere de una mayor curva de aprendizaje pero con el fin de mantener un orden.

Un ejemplo de metadatos en YAML es:

---
# Generales
title: Sexo chilango
author: Braun, Mónica
publisher: Nieve de Chamoy
synopsis: Esta edición reúne todas las columnas…
category: Ficción, Narrativa
version: 2.0.0

Como se observa, su lectura y escritura es muy sencilla. Este es el motivo por el que en Perro Triste hemos optado por el formato EPUB para el manejo de los metadatos.

El mismo ejemplo en JSON nos da:

{
  "title": "Sexo chilango",
  "author": "Braun, Mónica",
  "publisher": "Nieve de Chamoy",
  "synopsis": "Esta edición reúne todas las columnas…",
  "category": "Ficción, Narrativa",
  "version": "2.0.0"
}

 

La estructura no es tan complicada pero, debido a su sintaxis, la lectura y escritura se vuelven muy accidentadas. Además, habrá quien no le agrade manejar archivos distintos para el contenido y los metadatos, por lo que existe otra opción.

 

XML para el contenido y metadatos

El formato XML es un veterano en cuanto al cuidado de los contenidos. Su estructura está pensada para ser fácil de usar entre computadoras por lo que no resulta cómodo de leer o escribir. No obstante, su sintaxis no difiere mucho a la del HTML, como vemos en este ejemplo:

<?xml version="1.0" encoding="UTF-8" ?>
<publication>
  <metadata>
    <title>Sexo chilango</title>
    <author>Braun, Mónica</author>
    <publisher>Nieve de Chamoy</publisher>
    <synopsis>Esta edición reúne todas las columnas…</synopsis>
    <category>Ficción, Narrativa</category>
    <version>2.0.0</version>
  </metadata>
  <content>
    <h1>Encabezado 1</h1>
    <epigraph>Esto es un epígrafe</epigraph>
    <p>Esto es un párrafo con una <em>itálica.</em></p>
    <h2>Encabezado 2</h2>
    <blockquote>Esto es un bloque de cita con una <strong>negrita</strong>.</blockquote>
    <hanging>Esto es un párrafo francés.</hanging>
  </content>
</publication>

 

Debido a que el XML es extendible —posibilita crear nuevas etiquetas—, permite la incorporación de estructuras complejas que involucren tanto los contenidos como los metadatos de una publicación.

Un gran ejemplo del uso de XML lo tenemos en los artículos académicos. Journal Article Tag Suite (JATS) es el formato XML estándar para muchos repositorios de artículos académicos como SciELO. Con esto se hace posible la creación de múltiples soportes de lectura al mismo tiempo que permite un uso flexible y longevo de la publicación.

Otro ejemplo lo encontramos en la posibilidad de usar este formato para trabajar con InDesign, como ya se había explicado en otra entrada.

El formato y nuestra tradición cultural

La dicho anteriormente puede dejarnos la sensación de que el formato se reduce a una cuestión técnica en pos de un mejor cuidado editorial. No obstante, esto es solo el inicio cuyo punto de llegada es que el formato es una cuestión cultural.

La conservación y prolongación de nuestra herencia cultural ya es indisociable al mantenimiento de la infraestructura digital desde la cual creamos contenidos culturales, como son las publicaciones.

Desde una perspectiva individual, el formato toma relevancia cuando por la migración de software o de sistema operativo nos vemos imposibilitados de abrir un archivo que necesitamos.

En un grupo de trabajo, el formato adquiere importancia cuando entre los mismos compañeros es imposible realizar una tarea, ya que cierto archivo no es compatible o su formato se rompe al usarlo en otra computadora.

En una editorial, el formato es significativo cuando resulta difícil recuperar la información almacenada en archivos privativos antiguos.

Si continuamos escalando las dificultades surgidas a partir de un mal manejo en el formato de los documentos tenemos casos alarmantes en donde parte de nuestra herencia cultural queda «secuestrada».

Es decir, la información está «ahí» pero no es accesible y su recuperación es incosteable para diversas instituciones. Casos lamentables de este problema lo podemos ver en archivos, bibliotecas y repositorios públicos cuyas consultas quedan obstaculizadas por un «mero problema técnico».

En el trabajo del día a día, el formato es una cuestión técnica que, por lo general, se opta por la manera más sencilla de llevarlo a cabo, sin consideración alguna sobre lo que esto puede implicar para el futuro.

Sin embargo, en una dimensión más general y a largo plazo, la calidad y apertura en el formato determinará qué tan accesible y flexible será su uso para los siguientes años o décadas.

Dada la complejidad del asunto, es comprensible que el sector editorial esté harto del software milagro, de aquellas «novedades» tecnológicas que supuestamente facilitan su trabajo, pero que al final terminan por complicarlo. A nadie le agrada aprender a usar programas una y otra vez, mucho menos recuperar la información para tener la posibilidad de usarla.

En este sentido, quizá el sector editorial debería empezar a plantearse con seriedad la manera de manejar los contenidos con una perspectiva a largo plazo y con independencia al software en boga. Tal vez así sea posible mejorar la calidad editorial sin el temor de siempre volver a empezar de nuevo…


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