En vacaciones he aprovechado a poner orden en el escritorio. Entre «papel que tiro, papel que guardo» encuentro unas fotocopias del artículo «Utilísimas instrucciones para redactar TC (textos de contraportada, de Eduardo Alonso, que releo.

Contiene unas perlas fantásticas —y sarcásticas— que he querido compartirlas contigo.

Estas fotocopias forman parte del material de estudio que algún profesor nos entregó cuando cursé en el Máster en Edición de la UPF.

No tengo más referencias bibliográficas que las que pueden encontrarse en este artículo, ya que no he podido localizar el artículo en Internet —la única referencia hallada da error—.

No sé en qué medio se publicó, ni he sabido ubicar en línea al autor del texto. Estimo, por alguna frase del texto que su publicación es de fines del siglo pasado.

Me he tomado el atrevimiento de escanear estas fotocopias que encontrarás al final de esta entrada en formato PDF. Si prefieres leerlo desde esta misma, lo encuentras a continuación.

Instrucciones para redactar textos de contraportada (o contracubierta)

Utilísimas instrucciones para redactar TC (textos de contraportada)

El ocioso lector que ojea en las librerías la contraportada de las novelas se queda indeciso y tarumba: todas son una «obra excepcional en el panorama de la literatura española contemporánea».  Cada año se producen (que se vendan es otra cosa) no menos de cien apasionantes novelas cuya historia es ambiciosa, el final sorprendente, los personajes de una insólita hondura y el estilo deslumbrador. Total, que el autor alcanza una notable maestría. Con el artificio de ofrecer un heptálogo de normas o manual para redactar los TC (textos de contraportada), Eduardo Alonso desmonta burlón los tópicos de esos escritos marimachos, mitad resumen, mitad eslogan.

Hay lectores ingenuos que creen que los textos de contraportada los redactan los editores. Piensan, cándidos, que ningún escritor sería capaz de echarse encima el tarro de los elogios, que ningún novelista en su sano juicio (¿?) osaría decir de su obra que se trata de una ambiciosa historia, con personajes de hondo trazo sicológico, esmerada ambientación, reflexión lúcida y estilo brillante. En suma, una «obra excepcional». Si el autor es talludito, se trata, claro de «uno de los grandes narradores de nuestro tiempo», si no llega a la treintena, es «una de las importantes revelaciones de la nueva narrativa…».

Juventud: revelación. La juventud del poeta es efímera, y por tanto regalo de los dioses, divino tesoro. En cambio, la juventud del novelista español es casi interminable. Llega hasta los cincuenta años, en homenaje a la edad en que Cervantes empezó a pergeñar el Quijote. Hasta el medio siglo el escritor español no está obligado a admitir fracaso total, momento en que se entra de golpe en la fecunda madurez, cuando nuestro autor es reconocido por su habitual maestría. Porque vamos a ver, si la madurez no es fecunda… ¿en qué queda? Repasen los adjetivos subrayados y habrán dado ya con algunos de los materiales imprescindibles para redactar la contraportada de un libro: ambicioso, hondo, esmerado, lúcido, brillante, fecundo… Importante norma de estilo: coloque los adjetivos delante del sustantivo.

Pues sí, el Texto de Contraportada (en adelante llamado TC) lo suelen redactar los autores, aunque, luego, los editores, les den el ajuste final. Quien lo probó, lo sabe. Mándalo urgente, dice el editor: ya sabes, medio folio, quince líneas. Y el autor dice que sí, que muy bien, que mañana mismo lo envía por fax. El novelista ha estado horas y horas pensando en su «universo narrativo» se ha pasado meses y meses en soledad (¡ah!, la soledad del escritor), preso del terror a la pantalla en blanco de catorce pulgadas, ha tomado tazas y tazas de café en los instantes de excitación creadora y lingotazos de whisky en los trances de sequedad narrativa, ha escrito, tachado, y reescrito 250 folios, los ha encuadernado y mandado por SEUR a su editor o agente, ha firmado el contrato, ha corregido pruebas, pero aún falta el rabo por desollar: el texto de contraportada. No es fácil redactar un TC . Es un género centauro o la sirena, informativo y publicitario, entre el prospecto y el eslogan. ¿Cómo elogiar bien sin caer en el empalago? ¿Cómo decirlo todo en dos párrafos? He aquí un manual de instrucciones.

Norma Nº 1: la estructura del TC

Vivimos tiempos tan dispersos que la palabra estructura es hoy chatarra crítica, pero el texto de contraportada es un artefacto semejante a una escultura del Guggenheim. Un TC se articula en dos bloques temáticos:

(A) el contenido de la obra;

(B) los méritos del autor.

La proporción adecuada es de 75 a 25%. O sea, que de 20 líneas, 15 se dedicarán a la excepcional novela y las últimas 5 a su lúcido creador.

En el bloque A se hablará de la historia que se narra, o sea, el argumento, los personajes y la localización. He aquí la composición del fármaco.

Norma Nº 2: una historia apasionante

· Extensión: 3/4 líneas.

· Composición. La reseña argumental es como una pizza cuya masa es el sustantivo trama, suceso o historia, pero es mejor emplear la palabra ficción. Encima se unta con verbos como relata, cuenta, narra, pero son mejores desencadenarse, precipitarse. El orégano de la pizza son los adjetivos calificativos: insólita, apasionante, misteriosa, sorprendente, entretenida, etc. Este adjetivo es hoy imprescindible, porque la novela que no es entretenida, será un fracaso. Ya está bien de Proust.

Fíjense en el siguiente esquema.

argumento insólito contar
trama *apasionante relatar
historia misterioso narrar
sucesos *entretenido *desencadenarse
acontecimientos intrigante desarrollar(se)
*ficción sorprendente *precipitarse

Es un repertorio chomskiano porque con él se generan infinitas frases. Combínese cualquier palabra de la primera columna con cualquiera de las otras dos columnas. (Ponga el adjetivo delante: es más artificial). Así: «Esta insólita ficción desencadena…». O «Esta apasionante trama se precipita…». O bien «Esta insólita trama relata…». O «Esta apasionante ficción desencadena…, etc. (El * indica el ingrediente más valioso). Tampoco hay que pasarse hablando del «amplio mosaico de acontecimientos», «Los vericuetos de la intriga», el «trabado nudo de peripecias».

· Posología. No pase de cuatro líneas. El resumen ideal cabría en una oración, como los cuentos que concursan al premio del club Faroni. Empiece «in medias res», o sea, de sopetón, nada de preámbulos ni coñas superfluas. Por ejemplo: «Cuando Elvira Monzón se despertó en la suite del Palace, tenía a su lado a una nacionalista del PNV». Añada un » a partir de aquí su vida… se vio envuelta/ fue arrastrada… » Pero ¡no cuente nunca el sorprendente final!

Norma Nº 3: los personajes

Aquí la cosa se complica. Tendrá que elegir entre el nombre propio del protagonista o un sustantivo genérico. En este caso se puede seleccionar su atributo profesional: una profesora, un asesino a sueldo, un crítico de arte, una aristócrata, un funcionario… No olvide vestirlo con el adjetivo emblemático: un fracasado escritor…, un manchego director de cine…, una exitosa modelo, una decepcionada ama de casa.

· El trazo sicológico. No olvide que el perfil del personaje será siempre hondo. Usted, empedernido lector de novelas, ¿recuerda el nombre de algún personaje posterior a Aureliano Buendía, La Maga y Pedro Páramo? Da igual. A la hora de redactar la contraportada diga que Fulano o Mengana es un ser inolvidable. ¡Es todo tan efímero! Y además, al personaje de la novela lo fragua la posteridad, los anales de la literatura, como ha ocurrido con Benina, Ana Ozores, San Manuel Bueno (mártir) o el capitán Trueno. Es probable que el día de mañana entre todos los personajes inventados por los escritores españoles sólo dos alcancen justa y eterna fama: Carvalho y el capitán Alatriste. C’est la vie.

Norma Nº 4: la patria

· El escenario. ¿Dónde ocurren los hechos? ¿En Salamanca, Almorox y la Sagra… como en El Lazarillo? Hace unos ocho o diez años, todos los novelistas españoles, menos los leoneses, situaban sus historias fuera de España: Berlín, Burdeos, Oxford, Lisboa, Venecia… (Yo mismo, en un descomunal arrebato, escribí una novelita que ocurría entre Salamanca y Ferrara, Italia). Ahora los personajes de novelas españoles viven aquí, habitan entre nosotros. Por eso mismo, no hace falta decir el topónimo, salvo que el protagonista busque las raíces de su niñez, entonces sí, entonces utilice la palabra escenario de la infancia, y diga el lugar (en su Albacete natal), y si es en una gran ciudad mencione el barrio: la Bonanova, el Raval, las Sierpes, Aguinaga…

· Macondismo. Todos los lectores somos oriundos de Macondo, Comala, Región y Yoknapatapha (¿se escribe así?) Una vez en la vida el novelista debe recrear un espacio mágico. En tal caso dígase el topónimo, empleando la palabra ámbito. Por ejemplo: «en el ámbito ficticio de Trapisonda, Melanconia o Némora…».

· Extensión. La referencia al espacio no debe sobrepasar una línea. Y mejor media. Si no, ¿cómo embucha todo en la extensión concedida?

Norma Nº 5: la levadura temática

Ojo con redactar como un alumno de COU que «la novela plantea la relación, desentraña el conflicto…, aborda el tema…». ¡Son tópicos infames! Pero hay palabras temáticas que son la levadura del «universo narrativo», y que no deben faltar, sueltas, incrustadas aquí y allá: enigma, amor, deseo, pasión, ilusión… Y sus contrarias, claro: desamor, inapetencia, decepción, fracaso… No abuse, pero ponga un par de ellas.

Norma Nº 6: el tono, el aroma

La tonalidad sentimental del relato es el tarro de las esencias. Ya no estamos en la época socialrrealista en que la historia apestaba a ajo, tintorro y alpargata sudada. En los años de la movida, todavía la literatura española olía a secreción testimonial de sobaco, ingle, pana y porro. Luego, como sabéis, se privatizó Loewe. Ahora la literatura española huele a lavanda. Doliente, pero perfumada. Como Garcilaso: un dolorido sentir.

· Parte climático. ¡Maldición!: no se le ocurra a usted, ingenuo redactor de «tecés», decir que el tono es lírico o poético, porque los críticos encallecidos le pondrán a caer de un burro. ¿Tiene la novela algo de humor? Magnífico. Entonces el humor será, sin duda, irónico o sutil. A fines del milenio, la sutileza mola. Para facilitar el trabajo crítico del periódico que reseñará el libro sin leerlo, diga que el humor es inteligente.

Va, atrévase, y diga que en este tiempo tan revuelto la novela crea un clima obsesivo, una atmósfera inquietante o un prodigioso aliento de, o un delicado aire de, etc. Lo importante, una vez más, son los adjetivos.

Norma Nº 7: etiqueta de autor

· La costilla de Lara. Las mujeres escriben como descosidas, pero no entran en la Academia, ni ganan el Planeta, que son, como el Soberano, cosa de hombres. Y dijo Lara: no conviene que el hombre este solo. Y fue así como decidió que el premio es para un varón y de su costilla sale la finalista. La mujer, luego, da muy bien de partenaire en ruedas de prensa y mesa de firmas de El Corte Inglés.

· Hábitat. Hay quien ha catalogado a los escritores españoles por el abrevadero o reserva medioambiental. En la época prepospós (pre-pos-posmodema), o sea, hasta los años ochenta, existían varios hábitat, llamados peceras en la jerga literaria. Los acuarios eran cuatro:

(A) ateneos, claustros y academias;

(B) cafés. En Madrid, el Gijón, y en cada capital de provincia, otro;

(C) tabernas, chigres;

(D) la puta calle;

Hoy esa clasificación no vale para nada. La mayoría de los escritores son caseros y hogareños, por la mañana van al instituto o a la consellería, y de noche ven en la tele el Betis-Mérida. Si acaso hay dos grupos: los que hacen bolos en institutos y en universidades (escritores 2-3 estrellas) y los que en julio se dan un garbeo por el Escorial (4 estrellas).

· Vendedores. Es mejor la clasificación de los escritores por sus ventas. Cada semana se configura el panel de subidas y bajadas, como índice Dow Jones de la bolsa de Wall Street. Pero la literatura es también genio, numen, arte. En fin, cruzando datos procedentes del medio periodístico con los del «mundillo literario» —que está integrado, como se sabe por profesores, críticos y letraheridos (lletraferits catalanes, letraferidos gallegos, etc)—, los novelistas se pueden clasificar como los hoteles, de una a cinco estrellas. Así:

  • noveles (*);
  • cuasidesconocidos (**)
  • conocidos ma non trappo (***)
  • famosos (****)
  • consagrados (*****)

Cada rango tiene sus rasgos pertinentes, como diría mi maestro Alarcos Llorach. Daré algún ejemplo descriptivo y opositivo para diferenciar al escritor famoso del consagrado, o sea, para no confundir, por ejemplo, a Pérez Reverte, Rosa Montero o Vázquez Figueroa con el bueno de Miguel Delibes:

AUTORES **** *****
Edad más de 40 más de 50 (y más, muchos más)
Atuendo (el) sin corbata con corbata
Atuendo (ella) informal / de señora bien ……… (¡hay escritoras consagradas?)
Fumador (el) no ex (de cuarterón, Caldo, Celtas…)
Fumadora (ella) sí (Winston) ……… (¿hay escritoras consagradas?)
Ventas súper suficientes
Sale en El País (Babelia) ABC (huecograbado)
Premiado por Lara el Príncipe de Asturias
Engendra cada 12 / 20 meses obras completas
Recibe diplomas en Castellón doctorados honoris causa
Reeditado en bolsillo en Austral y Cátedra, con prólogo y notas
Definido como acontecimiento maestro

El paso de 4 a 5 estrellas no es súbito, sino lento y morfológicamente evolutivo, conforme a las reglas darwinianas de atrofia o desarrollo de atributos. Se daba el caso de llegar a ser consagrado sin haber sido famoso. En el futuro, será imposible. La tabla anterior servirá para redactar el último parrafito del TC. Si el autor es novato, ignorado o poco conocido (de una a tres estrellas) o no vende un rosco, hay que cargar las tintas en la calidad de la obra y el entusiasmo de la crítica: palabras clave: revelación, reconocimiento. Si se trata de un novelista **** elogie la unánime acogida de miles de lectores: no olvide, por Dios, la palabra éxito. Éxito es dinero. Dineros son calidad (Quevedo dixit).

Si el escritor es consagrado (*****), la reseña del TC está hecha: basta copiar del libro anterior. Si usted, lector de este heptálogo, no es un novelista obligado a redactar un TC, pruebe a redactar uno de la última obra leída. Diga la verdad. Y luego, compare con el original. Resultado: T.M.R. (te mondas de risa).

Puedes ver el artículo original escaneado en Utilísimas instrucciones para redactar TC (textos de contraporta).


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