Durante la producción de una publicación, por lo general, nos encontramos con inconvenientes que, aunque se traten de proyectos distintos, parecen ser los mismos problemas. Algunas de estas dificultades son:

  • Recuperar archivos que fueron elaborados con programas en desuso o en versiones anteriores ya incompatibles.
  • Mantener el software actualizado, que en varios casos implica el pago de cuotas para tener acceso a las nuevas versiones e incluso cambiar el equipo de cómputo.
  • Usar un programa para trabajar con soportes o formatos específicos.
  • Volver a formatear el documento cada vez que se edita en otro programa o en una versión más reciente del mismo software.
  • Actualizar los archivos para evitar problemas en su acceso o su uso.

Con demasiada normalidad pensamos que los siguientes trabajos siempre tienen que hacerse:

  • Adquirir plugins para poder reeditar en InDesign viejas ediciones hechas con QuarkXPress u otros programas.
  • Actualizar InDesign constantemente para poder usarlo y, en tres o cinco años, adquirir un nuevo hardware.
  • Ignorar u obviar que para producir PDF o trabajar con texto procesado hay alternativas con la misma calidad a InDesign o Microsoft Office.
  • Dar formato al documento DOCX para luego volver a formatearlo en InDesign y, de nueva cuenta, dar formato para desarrollar un EPUB.
  • Actualizar archivos de InDesign para poderlos usar en nuevas versiones del programa.

¿Qué es un formato «abierto»?

Aunque parezca una nimiedad, poco a poco el mantenimiento de los archivos acaba siendo una tarea que consume mucho tiempo. Por regla general, entre más viejo es un proyecto más horas son necesarias para la preparación de una nueva edición. Los recursos empleados también se incrementan cuando se trata de generar múltiples formatos y no solo un libro impreso.

Son escenarios que se dan sin importar si se usa software libre o de código abierto, o programas de pago. Sin embargo, el mantenimiento se vuelve más sencillo cuando, además de tener la libertad de elección de programas y metodologías de trabajo, los archivos se encuentras en un formato accesible.

Un formato «abierto» es aquel que permite su uso y modificación con el programa de nuestra elección. Cuando un archivo está en formato abierto, podemos elegir qué programa emplear para utilizarlo. Por ejemplo, los formatos HTML, XML, IDML, PDF, EPUB, ODT y DOCX son todos abiertos.

Aunque la metodología editorial común es usar Microsoft Word para archivos DOCX e InDesign para producir PDF para impresión estos formatos pueden trabajarse o generarse con otros programas como LibreOffice, Scribus o TeX.

Por otro lado, un formato «cerrado» es aquel que solo puede usarse con un programa en específico. La mayoría de los casos implica el pago por el software necesario.

Los formatos INDD y DOC son formatos que nada más pueden usarse con InDesign o Microsoft Word sin violar derechos de autor.

Adopción de los formatos abiertos por el sector editorial

En la actualidad, y casi sin notarlo, la industria editorial ha ido adoptando estándares de formatos abiertos. Esto se debe a cuestiones de diseño del programa o a una tensión constante en el desarrollo de software.

Por defecto, ahora Microsoft Word guarda los documentos en el formato abierto DOCX, una decisión en su diseño que muchos de sus usuarios no se dieron cuenta.

Dentro de un ecosistema de desarrollo de programas de cómputo propietarios, existe la constante necesidad de generar nuevas versiones para obligar al usuario a comprarlos y así mantener el negocio. Un efecto de este modo de hacer software es que un mismo programa genera diferentes tipos de formato según su versión, lo que provoca incompatibilidades.

Esto obliga a los desarrolladores a recurrir a formatos abiertos para poder trasladarse entre versiones. Un ejemplo de ello es la generación de archivos IDML para que usuarios con distintas versiones de InDesign puedan trabajar con el mismo documento.

Siempre es recomendable revisar los formatos abiertos disponibles para cada tipo de proyecto. Aunque una manera más fácil de averiguar si un archivo está en formato abierto es intentar abrirlo con otro programa, sin pérdida de información y sin violar derechos de autor.

Longevidad de los archivos

Quizá suene extraño, pero los archivos también perecen sin su correcto mantenimiento. Una idea muy extendida en el contexto digital es que los archivos son atemporales y basta con mantenerlos respaldados.

¿Cuántas veces al momento de empezar una reedición o retomar un proyecto nos damos cuenta de que no es así? La velocidad de actualización del software en varios casos implica la necesidad de mantener los archivos en el formato más reciente para evitar pérdida de acceso o de información.

En formatos cerrados esto es un potencial dolor de cabeza. Por cuestión de propiedad intelectual solo el titular de los derechos tiene la capacidad legal de mantener los programas necesarios para el uso de estos formatos. Pero en más de un caso sucede que el titular cesa de mantener el software, lo que causa que los usuarios tengan que migrar de programa y recurrir a terceros para poder realizar la conversión entre formatos.

En más de una ocasión esta migración implica pérdida de información. En algunas situaciones la migración falla o la calidad es tan pobre que es menester volver a hacer todo de nuevo.

Con formatos abiertos este problema es casi inexistente. Al poderse abrir el archivo en formato abierto con cualquier programa, el usuario no depende de las compañías de software.

Si un desarrollador cesa de darle mantenimiento a un programa, el usuario puede optar por usar otro software para continuar su trabajo. Esta migración de programas y no de formatos tiende a no ser agradable porque, quizá, necesitemos emplear ciertas horas para aprender la nueva interfaz. Sin embargo, se trata de un asunto relativo a la comodidad del usuario y no en relación con la conservación de la información.

Soberanía tecnológica

Aunque el concepto de «soberanía tecnológica» es amplio, podemos definirla como el empoderamiento y la autonomía de los usuarios en el uso y el desarrollo tecnológicos. Esta clase de soberanía implica la libertad de elección por parte de los usuarios. Pero ¿elección de qué?

En al menos tres rubros los usuarios pueden declarar su autonomía.

1. Libertad de uso de programas

En lugar de estar obligado a adoptar los «estándares» de la industria, el usuario puede optar por el programa que considere más conveniente para realizar su trabajo. En más de una ocasión en el mundo editorial se tiende a hablar de Adobe como la paquetería de software estándar en la edición.

No obstante, se pasa por alto que un programa no puede considerarse un estándar si no es accesible para cualquier usuario. Es decir, el establecimiento de estándares requiere la posibilidad de su adopción sin ningún intermediario.

En la industria editorial se habla de estándar solo porque la mayoría de los editores usan los mismos programas, sin importar que esto requiera un constante pago por su uso y una dependencia tecnológica hacia una compañía.

Eso no es un «estándar» sino la hegemonía y el monopolio de una industria por parte de un tercero cuya actividad económica es de distinta índole. Decir que Adobe es el «estándar» en la edición es lo mismo a asentir que una compañía desarrolladora de software tiene el poder de decidir el rumbo de la industria editorial, una actividad que le es ajena.

Además, hay que recordar que Adobe surgió para ofrecer soluciones de diseño gráfico, incluyendo diseño editorial, y no para vender a los editores una paquetería de software para realizar su trabajo.

Portada de la página web de Adobe

2. Libertad metodológica

En otra ocasión mencioné las implicaciones de confundir un programa de cómputo con un método de trabajo. Cuando el uso hegemónico de una paquetería de software, como Microsoft Office o Adobe Creative Suite, se confunde por un método tenemos como consecuencia la incapacidad de los usuarios de buscar otras soluciones para su trabajo.

Uno de los principales problemas actuales en la industria editorial es que las metodologías más empleadas ya no ofrecen las soluciones que los editores requieren.

El mundo de la edición, por tradición, ha fijado sus procesos de producción de libros a partir del diseño gráfico. En un contexto digital esto implica el enfoque WYSIWYG. Los libros hechos con software, por lo general, se elaboran a partir de una interfaz gráfica que en todo momento te permite ver su resultado final, tal cual será enviado a la imprenta o visto en algún ereader.

Esto no es un problema si la intención es solo producir un soporte para una obra. El desktop publishing obedece al enfoque metodológico desarrollado para la impresión, el soporte más común en la edición. Este tipo de enfoque lo observamos en programas como PageMaker, QuarkXPress e InDesign.

Por este motivo, la migración entre estos programas no ha representado un gran problema para el editor. Aunque sí ha generado serias dificultades en el mantenimiento de los archivos debido al uso de formatos propietarios.

Sin embargo, las necesidades actuales en la edición implican la producción de al menos dos soportes: el impreso y el digital. Los procesos de publicación más comunes en la edición no pueden resolver este problema porque sus supuestos metodológicos surgen a partir de la necesidad de publicación de libros impresos.

La necesidad de un soporte digital ha generado una tensión porque la industria editorial está en transición y en adopción de nuevas metodologías multiformato. Si como editor se te dificulta publicar con alta calidad y en varios soportes, no es porque estás rezagado, sino debido a que las metodologías empleadas no son las más indicadas.

La libertad metodológica en la edición implica que los editores puedan optar por otros enfoques que les permitan evadir los problemas generados por las metodologías tradicionales de publicación. No obstante, esto llama a ver las obras y los libros ya no solo como productos visuales, sino como código.

Detrás de todas las interfaces gráficas como Microsoft Word o InDesign, los archivos con los que se trabajan son estructuras más apegadas a los lenguajes de programación y de marcado.

La edición se hizo código y TeX es el mejor y el más viejo ejemplo —es un sistema digital de composición tipográfica que surge desde finales de los ochenta—.

3. Libertad de formatos

Los usuarios de software carecen de autonomía si los formatos de sus archivos condicionan el uso del programa que prefieren. Cuando un formato obliga al usuario a emplear un software específico lo que tenemos es una dependencia tecnológica hacia los desarrolladores de este software.

En la industria editorial existe un consenso en que esto no es un problema de primer orden. La dependencia a compañías de software como Microsoft o Adobe, por lo general, se aplaude y se incentiva.

No obstante, esto quiere decir que el rumbo de una industria, cuyo origen se remonta al siglo XVI, ahora depende de las elecciones realizadas por la industria del desarrollo de software, cuyo surgimiento fue en el siglo XX.

Antes de 1985 —por poner una fecha: el desarrollo de PageMaker— los monopolios en la industria editorial surgían de las tecnologías creadas en su mismo ámbito como las máquinas de monotipo, linotipo u offset. Con el surgimiento del desktop publishing se comenzó el traslado de la evolución técnica de los procesos editoriales a manos de compañías desarrolladoras de software.

Si esto no parece problemático, solo tómese en cuenta que el objetivo en el desarrollo propietario de software es la generación de ingresos a partir de la dependencia de los usuarios hacia sus programas. No es y nunca será una prioridad solventar los problemas de la industria editorial, al menos que esta solución pueda capitalizarse.

¿Harto de las viudas, las huérfanas, los ríos y los callejones? ¿No se supone que son problemas que al parecer serían sencillos de arreglar dado los avances tecnológicos? Sí, pero para los desarrolladores de software no se consideran dificultades prioritarias.

La mayor clientela para estas compañías son los editores angloparlantes o germanos para los cuales este tipo de cuidado editorial no es tan prioritario como lo es para los editores en español.

El traslado a formatos abiertos

Con el fin de tener mayor control y mejor mantenimiento de los proyectos editoriales la aproximación más recomendable es la adopción de estándares abiertos. Estos estándares implican el uso de formatos abiertos con una nítida doble finalidad.

Por un lado, los formatos abiertos evitarán mayor pérdida de información con el tiempo. Por el otro, estos formatos incrementan la soberanía tecnológica de los editores al eludir que sus proyectos queden sujetos al uso de programas específicos.

Si como editor tu flujo de trabajo implica el uso de Microsoft Office y de Adobe InDesign, lo recomendable es guardar los archivos en formatos DOCX y IDML. No obstante, no es lo único que puedes hacer.

Para las paqueterías de oficina existe la posibilidad de adoptar estándares abiertos desarrollados por la comunidad de The Document Foundation (TDF). La diferencia entre los formatos abiertos ofrecidos por TDF y Microsoft es que los estándares de TDF surgen a partir de consensos entre su comunidad —de la que puedes formar parte— y no a partir de las decisiones tomadas por los ejecutivos de una compañía de software.

Entonces, si deseas un mayor nivel de autonomía, en lugar de guardar tus archivos en DOCX, puedes emplear el formato ODT. Microsoft Office permite esta posibilidad. Como también puedes usar LibreOffice—la paquetería de oficina desarrollada por TDFpara abrir tus documentos en DOCX u ODT.

¿Qué alternativas se tienen para InDesign? Por desgracia, aunque el formato IDML es abierto, aún no existe otro programa parecido a InDesign con el que se pueda trabajar. Scribus es la alternativa libre más cercana al modo de trabajo de Adobe y en el futuro tiene proyectado la posibilidad de trabajar con archivos IDML.

Mientras tanto, la única forma de usar archivos de InDesign en Scribus es mediante su exportación a EPS. Por desgracia, esto probablemente lleve a una pérdida de información, por lo que varios editores no se sentirán satisfechos con esta solución.

Sin embargo, si como editor deseas probar con otras metodologías distintas a Adobe, desde los ochenta se cuenta con TeX. Este sistema de composición tipográfica es robusto y muy centrado en obras con mucho peso textual. TeX y su formato abierto TEX es muy usado en entornos académicos, pero su versatilidad permite su empleo en obras literarias.

La cuestión con TeX es que su robustez lo hace muy complejo para editores que vienen desde el enfoque metodológico de Adobe y, en general, del diseño editorial. Los libros hechos con TeX no se diseñan, se compilan. Los archivos TEX implican el uso del lenguaje de marcado y de programación de TeX.

Esto genera una larga curva de aprendizaje que desalienta la implementación de TeX más allá de los círculos académicos. Sin embargo, ¿qué pasaría si desde los procesos formativos los editores aprendieran a trabajar con formatos abiertos y con distintos enfoques metodológicos?

Un archivo TEX creado en los ochentas sin problemas puede seguir utilizándose para nuevas reediciones o reimpresiones. No hay pérdida de información. No hay necesidad de aprender nada nuevo. No es menester la actualización de los archivos. Lo único que TeX requiere es que el editor dedique su tiempo en aprenderlo.

En pocas palabras, ¿qué da mayor versatilidad, flexibilidad e independencia en la edición: la constante migración y aprendizaje entre programas y formatos propietarios o el perseverante aprendizaje de un lenguaje y un formato abiertos, cuyo conocimiento no caduca, solo se profundiza?


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